Solemos hablar de la importancia de la intimidad en el parto. Muchas hembras mamíferas se aíslan para parir, abandonando sus manadas cuando sienten que ha llegado el momento de dar a luz, y regresando a ellas con sus cachorros recién nacidos.
En las hembras humanas, nuestra parte animal convive con la racional, y podemos encontrar mucha diversidad de comportamientos, tantos como mujeres distintas. Hay mujeres que necesitan estar completamente solas durante su parto, mientras que otras prefieren compartir ese momento con sus seres queridos. Cualquier opción es válida, siempre que la mujer se sienta a gusto.
Con el posparto pasa lo mismo. El nacimiento de un bebé es un acontecimiento social del que quieren ser participes la familia y los amigos de los recién estrenados padres, y estos a su vez quieren compartir su alegría con ellos y presentarles a su hijo.
Pero, ¿cuándo es el momento más oportuno para hacer las presentaciones?
Observando el mundo animal, comprobamos como algunas mamíferas no regresan a sus manadas inmediatamente tras el parto, sino tiempo después, es decir que pasan el posparto inmediato, e incluso más tiempo, solas con sus crías. Sin embargo entre los humanos, y en determinadas culturas, es habitual que tras el parto, la habitación del hospital se llene de visitas, más o menos esperadas, más o menos deseadas.
Pero la intimidad es, si cabe, más necesaria en el posparto por varias razones:
- Es un periodo crítico en la formación del vínculo madre-hijo.
- Es un periodo fundamental para el establecimiento correcto de la lactancia.
- El bebé se estresa fácilmente ante los estímulos nuevos, sobre todo si son abundantes y fuertes.
En este caso intimidad es sinónimo de tranquilidad. Tanto la madre como el bebé, necesitan paz y descanso para recuperarse y conocerse, pero el entorno ignora (deliberadamente o no) estas necesidades y no las respetan. Por eso no es raro escuchar a las parejas quejarse- tiempo después- de las visitas sufridas en el hospital, y relatar cómo deseaban llegar por fin a sus casas para aislarse del mundo.
Lo que estas parejas, y sobre todo estas mujeres no saben, es hasta que punto la maternidad al abandonar el hospital, puede transmutarse en soledad. Todas las visitas que nos agobiaron esos días, justo cuando queríamos disfrutar a solas de nuestro bebé, desaparecen, y no se suele contar con ellas cuando realmente se les necesita.
Tras esos primeros días de agitación, las mamás nos encontramos la mayor parte del tiempo solas con nuestros bebés, sin nadie que nos dé siquiera un poco de conversación, durante las largas horas que pasamos con nuestro bebé a la teta. Nos sentimos “inactivas”, por que no podemos hacer nada de lo que solíamos hacer antes, de la forma en que lo hacíamos antes, como ir al trabajo, de compras o a tomar el aperitivo tranquilamente con los amigos. Nos sentimos aisladas y eso puede llegar a deprimirnos. Existe en efecto, una depresión posparto que no tiene su origen en aspectos fisiológicos u hormonales sino culturales.
Pocas mujeres cuentan con gente allegada disponible y dispuesta, para acompañarlas durante los primeros duros meses de la crianza. Alguien que nos apoye y nos ayude en lo que necesitemos, sin juzgar ni imponer. A veces no sabemos siquiera que precisamos ayuda y necesitaríamos hacer el esfuerzo de reflexionar a cerca de lo que queremos. Quizá nos gustaría que alguien sostuviese a nuestro bebé para que podamos duchamos, o que nos tienda la ropa de la lavadora mientras nosotras intentamos dormirle, o tal vez agradeceríamos enormemente un tupper de comida casera, pues nos cuesta enormemente encontrar tiempo para cocinar. Muchas tendríamos que perder el miedo a pedir ayuda y también la vergüenza, para sentirnos libres de invitar amablemente a marcharse de nuestra casa a quienes no nos aportan nada, y solo nos disturban o nos incomodan.
En nuestra civilizada cultura, la hembra humana es abandonada con su cría por el resto de su manada. Es curioso como el ser humano, supuestamente el más inteligente de los animales, actúa justo al contrario de cómo debiera: nos empeñamos en permanecer cuando molestamos, mientras que desaparecemos cuando podríamos ser útiles. Falta mucha empatía para con los padres y sus criaturas. Bastaría con que todos nos parásemos un segundo a reflexionar, y emulando a JFK nos preguntásemos que es lo que podemos hacer nosotros por esa nueva familia, en lugar de actuar guiados por lo que nos apetece a nosotros conseguir de ellos. Preguntarles que necesitan, en que podemos ayudar, y retirarnos a tiempo cuando sintamos que estamos fuera de lugar.