De nuestra serie "Artilugios desmadrizadores"
Por D., socia y periodista.
Para hablar de los cambios en las preferencias de los españoles a la hora de escoger los nombres de sus hijos, el diario El País ilustra el texto con una fotografía de esas que evocan realidades aún no del todo erradicadas. Me refiero a los "nidos", esos aparcamientos de bebés que limitan al norte con una enfermera guardiana y al sur con una cristalera tras la cual los nuevos padres pueden contemplar a sus retoños como si fuesen crías de mono en el zoo. Un diario de prestigio como El País debería plantearse qué quiere transmitir cuando escoge una imagen en vez de otra, pues los medios de comunicación son un poderoso vehículo de ideas y creencias y, por tanto, responsable de la idea que el lector de a pie se forma sobre la pertinencia de dejar a un bebé en el nido.
Ni siquiera entiendo por qué lo llaman "nido". Un nido es una pequeña casita de barro y ramas, acogedora y calentita, preparada previamente por los futuros papás para cobijar a sus crías; en él son gestadas y en él nacen, así que lo más parecido a un nido que podríamos encontrar sería el vientre materno y, por extensión, los cuerpos de los padres. De ningún modo veo el paralelismo con el "nido" que aún nos venden ciertos hospitales.
Cuando mi primer hijo estaba a punto de nacer, una compañera de la preparación al parto me dijo, visiblemente disgustada: "¡fíjate, es que este hospital, privado y tan caro, resulta que no tiene nido! ¡Así no hay quien descanse!"
El comentario me extrañó, porque yo pensaba que, una vez nacido el bebé, lo único que quiere su madre es mirarlo, achucharlo y hacerle caricias... ¿Descansar? ¿Cómo iba yo a poder descansar si mi bebé, que había estado cuarenta semanas dentro de mi cuerpo, de pronto estaba "durmiendo fuera de casa" como si fuese un preadolescente?
Imágenes como la que acompaña la nota de El País me hacen preguntarme cuál es el valor que damos a nuestros hijos si consentimos que pasen sus primeras noches lejos del calor y del latido que les ha acompañado desde que no eran más que un par de células dedicadas a dividirse una y otra vez. ¿Qué queremos transmitirles con esto? ¿Que si nos llaman entre lágrimas solo conseguirán que vaya una enfermera a enchufarles un biberón para que se callen?
El nido no es más que otra expresión de una sociedad centrada en el individuo adulto a la que las necesidades no solo de los niños, sino de la recién creada familia le importan menos que las apariencias. Y digo apariencias porque las clínicas que aún mantienen esa figura arcaica llamada "nido" deben de ser las mismas que intentan encasquetar a toda costa a la peluquera y a la esteticista para que la mamá luzca espectacular (nada reprochable, por otra parte) y pueda responder "todo bien, los puntos no me duelen y el niño es buenísimo" con una convincente sonrisa de anuncio de dentífrico.
Nuestros hijos, tan buscados y deseados, merecen que desde el momento de su llegada a este mundo les demos el lugar que les corresponde en nuestra familia: a nuestro lado, entre los brazos de papá, cobijados junto al pecho de mamá. El resto es prescindible*. ¡Que no os separen!
*La propia Estrategia de Atención al Parto Normal recomendaba, allá por 2007 (¡sí, sí, 2007!), “Favorecer la erradicación de las salas-nido en los hospitales.” (Capítulo 4.1.11. Contacto Precoz Madre- Recién Nacid@, Página 31)
Para leer la serie completa:
- Artilugios desmadrizadores IV: Los bebés apilables
- Artilugios desmadrizadores III: El enchufa-biberones
- Artilugios desmadrizadores II: La mano que mece la cuna
- Productos desmadrizadores (I): El tranquilizador