De nuestra serie Relatos y Experiencias.

Me mandaron a casa y me dijeron que lo del tapón no era una señal de parto inminente y me dieron un folletito en el que se explicaba aquellos casos en los que debías acudir al hospital. Primera lección aprendida: el hospital no está para tranquilizar sino para parir, o al menos intentarlo. Y al dolor no le prestaron importancia, ahí quedó. Por eso me tomé el día con calma, con mi dolor constante y le propuse a mi pareja irnos al cine por la tarde. El dolor sin intervalos persistía toda la película y toda la tarde. Esa noche no dormí nada, y a las seis de la mañana no aguanté más y le dije a mi marido: yo no sé si estoy de parto o qué pero algo no anda bien, vámonos al hospital. Entonces empezó todo. Me miró una enfermera, luego otra, luego otra más, llamaron a una ginecóloga. Y yo no sabía que pasaba, no me decían nada. Mi pareja fuera. En pocos minutos unas cuatro personas me estaban mirando pero nadie decía nada. Y ya pregunté aunque con timidez.