La imagen es cuanto menos insólita: una unidad de neonatos en la que músicos voluntarios ataviados de batas azules y mascarillas ‛amenizan’ la jornada a los bebés con sus violines.
En primer lugar, resulta chocante la frialdad del atuendo aséptico e impersonal, que infude un cierto temor por el rostro enmascarado, en contraposición con la calidez de la música instrumental que se adivina. Sabidos son los beneficios de la música como terapia y para el desarrollo psicomotor de los niños pero ¿tiene razón de ser a tan temprana edad y en un hospital, teniendo en cuenta que están separados de sus madres?
Como prescribe el cuidado canguro, la mejor incubadora es la madre, o en su defecto, el padre. El piel con piel junto con la musicalidad del latido materno representan el máximo bienestar para el recién nacido. El sonido natural para calmar a los pequeños e insuflar vida a los prematuros no es otro que el latido del corazón de su madre, el que les es familiar, la banda sonora que los ha acompañado durante su desarrollo intrauterino. Ese es el sonido que los consuela y atenúa la transición al mundo exterior, rodeados de tantos extraños y ruidos desconocidos.