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Los bebés no son pasta de dientes

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Hay quien debe de pensar que las mujeres embarazadas, a la hora del parto, somos como tubos de Colgate: tienen que apretarnos para que salga el «producto»[1]. Algo así debió de pasársele por la cabeza al médico alemán que, en el siglo  XIX, desarrolló una maniobra para obligar a los bebés renuentes a asomar la cabeza. Su sofisticada técnica –conocida como «maniobra de Kristeller»– consistía en estrujar con fuerza el vientre de la madre en medio de una contracción. Qué agradable.

No debe extrañarnos que este genial procedimiento surgiese en pleno apogeo de la revolución industrial, cuando las máquinas dejaron de ser simplemente útiles y pasaron a ser objetos de culto. A las mentes pensantes de esa época les pareció que, en comparación con los modelos mecánicos, el cuerpo humano fallaba más que una escopeta de feria. Desgraciadamente, este prejuicio sigue impregnando la práctica clínica hoy en día: en lo que respecta al nacimiento de los bebés, no sólo se presuponen toda una serie de calamidades, sino que la observación y la experiencia –características que ninguna máquina podría suplir– se desprecian en favor de gráficas, monitores y mediciones que sencillamente no se ajustan a la individualidad de cada parto y, lo que es peor, condenan a la mujer al papel de simple receptáculo que necesita ayuda externa para hacer nacer a un bebé. Y es que esto de los nacimientos debe de ser toda una proeza de la tecnología moderna.

En esta era tecnocrática estamos acostumbrados a que las cosas ocurran con sólo apretar un botón y nos obsesiona medir todo con precisión milimétrica, controlar el futuro inmediato con sólo subir o bajar un interruptor, pero por suerte el cuerpo de la mujer escapa a ese afán de predicción y de dominación. En el parto, qué necesario es detenernos y observar. Porque, aunque nos pongan los pelos de punta con películas de terror, lo más probable es que todo vaya bien, especialmente si no nos empeñamos en interferir.

La maniobra de Kristeller se entiende sólo desde la mentalidad de quien cree que la postura para parir es tumbada, de quien supone que hay que decirle a la mujer cuándo empujar, de quien no entiende, entre otras cosas, que el reloj o las máquinas no son los mejores indicadores de la evolución de un parto. Una mentalidad caduca y sin base científica que debería servir sólo como ejemplo de la obstetricia grotesca que tenemos que dejar atrás.

Por Diana del Horna

[1] Os invito a leer el comentario que hace el Sr. Marcos Morales Ramos al excelente artículo de Pilar de la Cueva y Francisca Fernández en http://www.elpartoesnuestro.es/blog/2011/09/07/maniobra-de-kristeller

--- Todo sobre la campaña STOP Kristeller aquí.

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