En esta Semana Mundial del Parto Respetado queremos compartir hoy la historia de Albertina, que nos cuenta su segundo parto, un parto respetado. Este largo, pero emocionante relato demuestra, una vez más, que para que el proceso del parto y nacimiento sea respetado no hace falta que sea de bajo riesgo ni excento de complicaciones. Y como dijo esta mañana una gran mujer: un parto se puede atender solo de dos maneras: bien o mal. Pensamos que esta historia recoge la esencia de esta semana, pero no solo de esta semana, sino de todo el gran cambio que estamos comenzando a vivir.
Por Albertina Castán
Mi hija mayor nació de manera prematura en Julio de 2010 en un parto absolutamente traumático y violentoseguido de una separación terrible, pues estuvo ingresada 19 interminables días en una unidad de neonatos con una política de acceso a los padres extremadamente restrictiva. La lactancia fracasó.
Los meses que siguieron a mi primer parto fueron meses de duelo y de culpa. Poco a poco me fui recomponiendo, empecé a asistir a reuniones de El Parto es Nuestro y a hablar con otras madres, lo que me hizo entender que nada de lo que había pasado era culpa mía. Con el tiempo, empezamos a plantearnos el buscar un segundo hijo, pero teniendo muy claro que queríamos que las cosas fueran muy distintas esta vez. Cuando mi hija, Valeria, tenía 14 meses empecé a formarme como doula, con la idea de estar preparada y acompañarme mejor a mi misma en un segundo embarazo. Pocos meses después, me asocié a El Parto es Nuestro y a la Asociación de Padres de Niños Prematuros, con la idea de unirme a la lucha por lograr que todas las mujeres de este país tuvieran partos respetados y porque dejaran de darse separaciones de padres y bebés en las unidades neonatales.
Mi deseo era y es que ninguna familia más pase por lo que pasamos nosotros.
En Julio de 2012, dos días después del cumpleaños de Valeria, supimos que estaba embarazada de nuestro segundo hijo. Partía con varios factores en contra. Tengo un útero bicorne, lo cual me predispone a tener partos prematuros. Además, un hipotiroidismo que empecé a tratar embarazada de 7 semanas aunque estaba presente antes y un trastorno obsesivo-compulsivo (toc) que habitualmente trato con medicación pero que estaba dispuesta a afrontar a pelo lo máximo que pudiera durante el embarazo. Con Valeria tuve que medicarme desde la semana 12. Aparte de todo esto, tenía que someterme a una amniocentesis por una enfermedad genética rara y tengo tendencia a infecciones de orina asintomáticas en el embarazo, las cuales son muy peligrosas porque pueden causar una rotura de bolsa y un parto prematuro.
El embarazo empezó bien, yo estaba cargada de fuerza y llena de optimismo. Nos fuimos de vacaciones a Barcelona y estando allí, un día antes de cumplir las 7 semanas, empecé a manchar. Me asusté bastante, pero procuré serenarme, eran las once de la noche, decidí esperar a la mañana siguiente antes de ir al hospital. Esa noche fue eterna y la pasé acariciándome la barriga y hablándole a mi bebé. No paraba de sangrar así que a las 6 desperté a Leo y le pedí que fuéramos al hospital. Allí me hicieron una eco vaginal en la que escuchamos latir bien fuerte el corazón de nuestro bebé. La emoción fue indescriptible. Me dijeron que estaba todo bien, el bebé estaba en el hemiútero derecho (el más grande y el opuesto al útero en el que se gestó su hermana), lo cual era una buena noticia, y que el sangrado probablemente vendría del otro hemiútero, que eso era algo muy típico en casos como el mío. Me dijeron que hiciera reposo relativo y nada más. Estuve sangrando cerca de 15 días, en medio de los cuales volvimos de las vacaciones. El sangrado paró, pero al cabo de una semana volvió a empezar. Corriendo a urgencias de nuevo, esta vez ya en mi hospital de referencia, y de nuevo lo mismo. Todo bien, que será el otro útero. Pero todo esto me va minando el ánimo. Hasta que cumplí las 14 semanas aún sangré tres veces más, con la consiguiente angustia cada vez.
Mi embarazo lo llevaba la unidad de alto riesgo, lo que supone una visita mensual. Pero allí, salvo pesarme, mirarme la tensión y hacerme una ecografía rápida, no controlan nada más, y eso incluso con mis antecedentes. En el embarazo de Valeria, en la semana 20, mi cuello uterino medía 25 mm. No le dieron importancia, y ella nació prematura, así que yo pedí, hacia la semana 14 que me miraran el cuello. Algo más de 40 mm, lo cual era una buena noticia.
Cuando cumplí las 15 semanas de embarazo llegó e momento de someterme a la temida amniocentesis. Fue durísimo y terrible, el toc aprovechaba para hacer de las suyas. Hice 3 días de reposo absoluto y después a esperar los resultados, que llegaban en dos fases, primero los de la enfermedad genética y luego los cromosómicos habituales de cualquier amniocentesis. El día que cumplía 17 semanas, supimos que nuestro bebé no tenía la enfermedad genética, y respiramos aliviados, un paso más. Hicimos una tarta para celebrarlo. Pero esa misma noche eché un coágulo de sangre. Me aterroricé pensando que era tapón mucoso y fuimos volando a urgencias. Yo iba respirando y preparándome para lo peor. Allí me hicieron una eco y de nuevo, todo estaba bien. Salí del hospital llorando y con dificultad para respirar, estaba empezando a sobrepasarme.
Una semana más tarde al fin llegaron los resultados definitivos de la amniocentesis. Estaba todo bien y estaba embarazada de un niño al que decidimos llamar Alan, que quiere decir “alegría”.
A todo esto yo aún no había tenido ánimos para pensar en el parto. En las listas de El Parto es Nuestro se hablaba muy bien del Hospital de Torrejón, tenia una política muy respetuosa en neonatos, con CMC (Cuidado Madre Canguro), fomento de la lactancia materna... nos planteamos también el Doce de Octubre y el Puerta del Hierro, los 3 en Madrid, a pesar de vivir nosotros en Valladolid. Pero como hablábamos siempre, bien merecía la pena el esfuerzo con tal de lograr que no nos separaran... al cabo de poco, S., una socia de El Parto es Nuestro cuyo bebé había nacido hacía poco en Torrejón, nos escribió contándonos su experiencia y eso nos hizo decantarnos por ese hospital, porque además eran respetuosos con el parto y ya que nos íbamos a mover a 300 km de casa...¿por qué no ir a por todas? Yo no me resignaba a creer que una eventual prematuridad hiciera de mis partos un calvario en el que se justificaba cualquier intervención. Dentro de la opción de tener un parto prematuro sabía que había cosas que podíamos pedir, como la libertad de movimientos lo el acompañamiento permanente.
La idea era trasladarnos a Madrid cuando cumpliera las 33 semanas de embarazo. Si llegaba a las 37, aún soñábamos con un parto en casa.
Pero aún quedaba para eso. Cuando cumplí las 20 semanas, en un control de rutina mensual que yo misma pedí a mi médico de cabecera, apareció una infección de orina sin síntomas. Tratamiento con antibiótico. A partir de ahí no me relajé y pedía controles semanales, además de tomar cápsulas de arándano rojo a diario.
Al cumplir las 24 semanas, límite de la viabilidad, compramos un sacaleches de calidad hospitalaria. Estaba decidida a no perder a lactancia de nuevo.
Alrededor de la semana 25 empecé a tener contracciones, indoloras, pero muy frecuentes, que me llevaron a urgencias varias veces. Una de las veces la ginecóloga que me atendió me dijo que eso no eran contracciones, que eran “movimientos fetales”. Yo sé lo que es una contracción, así que como no estaba conforme con ese diagnóstico, volví por la tarde, me atendió otra ginecóloga que esta vez sí, vio claro que eran contracciones y logró pararlas con suero intravenoso. Me dijo que hiciera reposo relativo, cosa que yo llevaba haciendo desde el inicio del embarazo. A pesar de esto, las contracciones cada vez iban a más y de nuevo volví a urgencias, donde me dijeron que no volviera si no eran regulares. Pero cada vez eran peores y empecé a no poder ni moverme de la cama porque con cualquier movimiento aparecían. Leo pidió a su empresa trabajar a distancia hasta que naciera el niño, para poder ayudarme y le dijeron que sí.
A estas alturas yo no podía manejar más la situación y me prescribieron anisolíticos para dormir en la semana 26, aunque seguí sin medicarme contra el toc.
Por fin me decidí a escribir al hospital de Torrejón, preguntando una serie de cuestiones. Yo no pedía mucho, libertad de movimientos, acompañamiento por marido y doula, y si el bebé nacía bien que no le cortaran el cordón hasta que dejara de latir y que, aunque naciera prematuro, me lo dejaran al menos 5 minutos. La respuesta fue sí a todo esto siempre que el bebé naciera reactivo. Por error -maravilloso error, después me explico- me dijeron que me atendían a partir de las 30 semanas de embarazo.
Como las contracciones no cedían decidimos adelantar el viaje a Torrejón a la semana 31 y nos pusimos a mirar pisos que alquilaran por meses, o semanas. A través de una amiga de facebook vimos un anuncio de un piso que cumplía esas características, y Ali, mi amiga, mi doula, fue a visitarlo esa misma tarde. El piso era ideal, estaba a 3 minutos en coche del Hospital y ese mismo día concretamos el alquiler desde la semana 31 a la 36.
A través de un ginecólogo privado me hice una ecografía 4D para ver la carita a nuestro bebé. No se dejaba ver así que volvimos varias semanas seguidas. Estando de 30+5, le pedí a ese ginecólogo una medición de cuello pues las contracciones volvían a darme guerra. Se había acortado 1cm. Le pregunté al ginecólogo que qué hacía y me dijo que nada, que esperara al siguiente control. Su enfermera me dijo, muy amablemente, que aprovechara y disfrutara de mi hija porque si eso seguía así me ingresarían para controlarme y ya no podría verla (en mi hospital de referencia no admiten visitas de niños menores de 12 años). Aquello fue definitivo, como ya había superado las 30 semanas de embarazo, decidimos irnos a Torrejón esa misma tarde, a pesar de que hasta al cabo de 4 días no teníamos el piso disponible. Nos pusimos las pilas y buscamos unos aparthoteles de alquiler en Barajas, a 20 minutos del hospital.
Hicimos las maletas lo más rápido que pudimos, le explicamos a Valeria que nos íbamos “de vacaciones” y nos pusimos en marcha. Mi idea era que me vieran en el hospital de Torrejón nada más llegar por si era necesario ponerle al bebé la maduración pulmonar, así que llamé a unos amigos para que se quedaran con Valeria mientras yo estaba en Urgencias y a Ali para que viniera a acompañarme. Al llegar al hospital, me midieron el cuello y se había acortado 1 cm más, lo tenía en 20 mm. Me pusieron un monitor a ver cómo iba de contracciones. Era tarde así que le dije a Leo que se fuera con Valeria al apartamento que yo iría después. Antes de irse, pasó con ella a verme mientras me hacían el monitor, ahí empezamos a alucinar porque en Valladolid ni en broma la hubieran dejado pasar. Además, la matrona que estaba ese día me preguntó si quería un zumo o algo de cena. Yo quería llorar ante tanta amabilidad.
Leo se fue con Valeria y Ali se quedó conmigo. El monitor reflejaba las contracciones así que la ginecóloga me dio la mala noticia: me quedaba ingresada. Superado el shock inicial y cuando estaba empezando a asumir que me quedaba en el hospital y que había riesgo de que mi hijo naciera de manera inminente, volvió la ginecóloga con malas noticias: Los neonatólogos no atendían a mi hijo, no atendían a bebés por debajo de 32 semanas, así que me tenían que trasladar de hospital. En ese momento se me hundió el mundo. Yo le expliqué a la ginecóloga que tenía por escrito que me atendían a partir de las 30 semanas, que habíamos alquilado el piso en función de eso, que no podían no aceptarme... me dijo que no podía hacer nada, pero hizo un pacto conmigo, me quedaba ingresada allí y si me ponía de parto franco me trasladaban. Acepté y le pedí que si me tenían que trasladar fuera al Doce de Octubre o al Puerta del Hierro y le pareció bien.
Afortunado error que me dijeran que me atendían desde las 30 semanas, porque si me hubieran dicho que desde las 32, no hubiéramos ido a Torrejón aquel día y probablemente mi bebé hubiera nacido en cuestión de horas o días en Valladolid.
Total, que me ingresaron, me pusieron la primera dosis de maduración pulmonar y un ciclo de medicación para parar las contracciones. Ali se quedó conmigo esa noche, que pasé llena de angustia y temor sin poder creer que nos estuviera pasando eso. Apenas dormité un par de horas. Leo vino a la mañana siguiente con Valeria y decidimos que mis padres vinieran a buscarla y se la llevaran a su casa, a 200 km, pues no sabíamos si el parto iba a ser inminente.
Fueron 5 días horribles sin ella. Poco a poco las cosas se fueron colocando, los neonatólogos nos dijeron que finalmente si atenderían a nuestro hijo si nacía. Incluso nos enseñaron la unidad de neonatología, donde tenían ya lista una incubadora por si acaso y eso nos dio mucha tranquilidad. La habitación era individual y además de mi cama y un sofá reclinable había un sofá cama para el acompañante, que Leo puso junto a mi cama. Casi podíamos hacernos la ilusión de que estábamos en un hotel. El trato fue amabilísimo, tanto por parte de ginecólogos y matronas como por parte de las enfermeras de planta, auxiliares, personal de limpieza... todos eran súper respetuosos y cariñosos con nosotros.
Cuando llevaba un par de días ingresada me propusieron ponerme un pesario cervical, una especie de anillo de silicona que sujetara mi cuello del útero de modo que a pesar de las contracciones permaneciera lo más inalterado posible. Pedí un tiempo para pensar y consulté con mis doulas y con la gente de El Parto es Nuestro y de APREM (Asociación de Prematuros). La respuestas fueron positivas por parte de todos, no tenía contraindicaciones y sí una alta efectividad así que esa misma mañana me lo colocaron. Las contracciones seguían así que me pusieron un segundo ciclo de 48h de atosibán.
A los cuatro días ya no podíamos más sin Valeria así que Leo preguntó, sin mucha esperanza, si podría ella dormir en el hospital. La respuesta fue positiva así que les pedimos a mis padres que la trajeran. Una amiga nos prestó una cuna de viaje “por si acaso” y al día siguiente nos trajeron a Valeria. Fuimos tan felices de poder estar los 3 juntos. Esa noche, Valeria durmió conmigo en la cama. Vinieron a hacerme un monitor a la 1 de la noche y la matrona me lo hizo a oscuras y hablando bajito para no despertar a Valeria. Nosotros no dábamos crédito.
Aún estuve ingresada 4 días más. Me hacían monitores a diario, seguía con contracciones pero el cuello del útero permanecía inalterado. Las enfermeras de planta ya nos conocían y nos trataban maravillosamente, jugando con Valeria y trayéndole yogures y zumos. No puedo decir que se sintiera como en casa pero para ella fue mucho más fácil todo el proceso, no sólo el hecho de poder estar con nosotros si no con qué cariño la trataban todos. Y yo me sentí muchísimo mejor cuando pude estar con ella y con Leo a mi lado. Aún no entiendo por qué en mi hospital de referencia no permiten estar a los niños en el área de maternidad, si está claro que repercute en mejorar la salud de todos, padres e hijos, al menos la mental.
Después de 10 días de ingreso me dieron el alta, con la advertencia de que a la mínima volviera. Yo la recibí con mucho miedo, estaba de 32 semanas y no tenía nada claro que no se me fuera a desencadenar el parto en cualquier momento. Nos fuimos al piso que habíamos alquilado y allí empezó mi nueva rutina, de la cama al sofá y del sofá a la cama. Los días iban pasando. Yo seguía con visitas al hospital, rutinarias y de urgencia, por infección de orina, contracciones, picores... de terror, pero el equipo nos lo facilitaba todo muchísimo. Siempre que iba, Valeria y Leo se quedaban conmigo donde estuviera, enfermeras, matronas y ginecólogos ya nos conocían y eran amables y cariñosos con nosotros, Valeria se metió al personal en el bolsillo y cuando íbamos siempre había gente dispuesta a hacerle fiestas, jugar con ella y hacerle fácil la situación. La dejaban entrar a las ecografías e incluso un día una de las gines nos hizo, sin pedírselo, una eco 4D para que Valeria viera la cara del bebé y le puso el sonido de los latidos del corazón cuando ella lo pidió. El trato era tan bueno que un día me di cuenta de que, de forma natural, habíamos dejado de plantearnos el parto en casa como opción si llegábamos a término. Nos sentíamos seguros en ese hospital.
Pasaron los días, yo seguía sin moverme porque ante cualquier movimiento volvían las contracciones. Sólo me permitía ir al baño y darme una ducha diaria, era mi momento “emocionante” del día. Me inventé juegos para entretener a Valeria, mirábamos cuentos, revistas, pintábamos, recortábamos, hacíamos figuras de plastilina. Leo trabajaba desde casa, se encargaba de las tareas, comidas, limpieza, compras y sacaba a Valeria a pasear a diario. También vino algunos días Patri, una amiga que iba a cuidar a Valeria el día del parto, y la sacaba al parque.
Los días se convirtieron en semanas y cuando me quise dar cuenta estaba de 35. Valeria había nacido a las 33 y teniendo en cuenta las circunstancias yo no daba crédito.
El día que cumplía 35 semanas y 6 días, me desperté con la sensación de que perdía líquido. El parto de Valeria empezó con una rotura de bolsa, así que me levanté como un resorte... y así era, en cuanto me puse de pie empecé a chorrear líquido, había roto la bolsa, ese día iba a nacer Alan. Verifiqué que el líquido era claro y llamé a Patri para que viniera a quedarse con Valeria, tenía casi una hora de camino. Avisé a Leo que estaba trabajando en otra habitación.
Desayuné, nerviosa. Todo por lo que habíamos luchado y nos habíamos sacrificado tanto, el coste económico y logístico de mudarnos a Torrejón, nuestra búsqueda de un parto respetado y una no separación, estaba en juego. Eran las diez cuando Patri llegó y Valeria dormía aún. Leo y yo nos fuimos al hospital. En Urgencias estaba Marta, la matrona, que lo primero que hizo fue preguntarme por Valeria. Me enterneció el amor que le tenían a mi hija.
Yo llegué un poco angustiada porque Valeria al nacer tuvo un prolapso de cordón, se lo conté a Marta y ella me ofreció hacerme un monitor para tranquilizarme y le dije que sí. Alan estaba perfectamente y yo tenía algo de dinámica de parto. Pedí hablar con los neonatólogos, para saber qué podíamos esperar y me dijeron que por edad gestacional, mi hijo ya no necesitaba ingreso. Si nacía bien, iríamos juntos a la habitación. Después me vio la ginecóloga para retirarme el pesario, me lo quitó y me dijo que estaba de 2 cm. Me dijeron que me quedaba ingresada. No había sitio en el ala de maternidad, pero eso no fue un problema, siempre facilitando las cosas nos dieron una habitación en pediatría, una habitación preciosa decorada con motivos de barcos piratas. Yo me quedé en la habitación y Leo se fue a casa a buscar a Valeria y a Patri. Hacia la una llegaron todos y comimos en la habitación. Intentamos que Valeria se durmiera pero no hubo manera. Yo tenía contracciones cada vez más fuertes así que Patri se la llevó al parque y yo aproveché para darme una ducha, que me alivió.
Me subí a la cama y me coloqué boca abajo, con las rodilla flexionadas y la cabeza apoyada en la almohada. Así iba encajando las contracciones, cada vez más seguidas. Seguía intranquila por el bienestar de Alan así que pedí que avisaran a la matrona para que lo escuchara. Volvió Marta, lo escuchó y estaba bien. Me dijo que estuviera tranquila y que aguantara en la habitación todo lo posible, que si notaba que el niño nacía la avisara y sería “como en casa”. Yo no daba crédito, mi parto soñado.
Valeria y Patri volvieron justo en medio de una contracción y Valeria se asustó. Yo intenté disimular mientras le decía que no pasaba nada, y Patri rápidamente se la volvió a llevar de la habitación. Yo no estaba tranquila, prefería ir a paritorio y así se lo hice saber a María, la otra matrona, que me dijo que mandaban un celador a buscarme.
Llegó el celador y me llevó en una silla de ruedas. Yo iba rogando que no me diera una contracción por el camino, pero llegando al paritorio tuve una que, en esa posición, apenas soporté.
Por fin llegamos al paritorio. Eran alrededor de las 4. Era una habitación hermosa, cálida. Las paredes decoradas con pegatinas de flores, un ambientador, una cama (no un potro...). Nada más llegar me subí a la cama y adopté la misma posición que tenía en la habitación. Marta entró y lo primero que hizo fue bajar las persianas, cosa que le agradecí muchísimo porque me molestaba la luz,y decirnos que podíamos poner música. Ojalá hubiera llevado un cd.
Me preguntó qué tipo de parto quería, pero sospecho que ella tenía muy claro lo que yo buscaba, un parto lo más natural posible. En ese momento yo estaba un poco agobiada por las contracciones y le pregunté qué tenía para el dolor. Me dijo que entonox, analgésicos en vena, epidural... le pedí el gas, a ver si con eso lograba resistir. Se fue a buscarlo y yo fui al baño aprovechando un descanso entre contracciones. Hice pis y me levanté para volver a la cama, en ese momento tuve otra contracción y me tiré al suelo para pasarla. Cuando pasó, volví a la cama, a la posición que tenía desde el principio que era la única en la que las contracciones eran más llevaderas. Recordaba que hacía unos meses había leído en Partería Espiritual, de Ina May Gaskin, que abrir garganta abre útero, así que cuando tenía una contracción me concentraba en eso y salían sonidos guturales muy extraños de mi garganta pero yo sentía que así aflojaba e iba dilatando.
Marta volvió con el gas y lo probé durante un rato pero no noté nada de alivio. Me sugirió caminar o ducharme. Caminar imposible, no me veía capaz, y ducharme me apetecía, pero solo de pensar en llegar y volver de la ducha ya me echaba para atrás, así que seguí en mi posición. Tenía calor, Leo cogió un paquete de gasas y empezó a abanicarme con eso. Me molestaba el ruido del plástico del paquete al agitarse, pero tenía calor y me aguanté. Marta, súper intuitiva, no necesitó que yo dijera nada, entró con un abanico y le dijo a Leo que mejor me diera aire con eso y así no me molestaba el ruido. Se lo agradecí en silencio.
Le pedí que me hiciera un tacto porque yo sentía que las contracciones eran ya muy intensas. Esperó a un descanso entre contracciones y con mucho cuidado me hizo el tacto. 4-5 cm. Casi me da algo al oír eso yo esperaba oír que estaba al menos de 8. En ese momento me olvidé de que en el parto de Valeria pasé de 4 cm a tener a Valeria fuera en media hora, y lo único que pensaba es que no iba a aguantar 4 ó 5h más con esas contracciones. Pedí la epidural. Marta intentaba que aguantara diciéndome que ella pensaba que como mucho en tres horas Alan habría nacido pero en ese momento tres horas me parecían una eternidad. Empezó a explicarme lo que suponía ponerme la epidural (ahora creo que estaba ganando tiempo :)). Nos dijo que nos dejaba un rato para que lo pensáramos. Cuando tenía una contracción, le pedía a Leo que pidiera la epidural “ya” y cuando pasaba le decía que esperara, que aún aguantaba. Leo se aguantaba la risa. Tras un rato, Marta volvió, le pedí el consentimiento informado y tardó otro rato en traérmelo. Se lo dio a Leo, que me preguntó si me lo leía. Él también intentaba ganar tiempo. Entre Marta y él hicieron de doulas y me acompañaron para que yo tuviera el parto que realmente quería. Firmé el consentimiento e inmediatamente sentí ganas de empujar. Lo dije y Marta me dijo “si quieres empujar, empuja”. Yo, con el neocórtex medio activado, le dije que cómo iba a empujar si hacía nada estaba de 4 cm. Ella, muy sabiamente, me dijo que eso era muy relativo y que podía ser perfectamente que mi bebé ya estuviera ahí. En la siguiente contracción la sensación de pujo fue más evidente y por fin me convencí, me olvidé de la epidural y me dejé llevar, me concentré en sacar a Alan.
Con cada contracción tenía la sensación de pujo y sentía a Alan bajando. Hubo un momento en que Leo se fue de mi lado y se puso detrás de mí, yo sabía que Alan estaba naciendo. Quisieron escuchar sus latidos durante el expulsivo y me pusieron el aparatito para escucharlo muy, muy abajo en la tripa, casi sobre la vagina. Me molestaba muchísimo esa presión junto con la presión de Alan al bajar y grité “¡quita la mano!”. Leo, que tenía la mano en mi espalda, pensó que le decía a él y la retiró. Yo grité. “¡no, la de abajo!”. Marta me dijo que querían escucharlo durante el expulsivo pero yo no podía concentrarme, solo sentía esa presión e insistí. Marta me dijo que me lo quitaba pero tenía que sacarlo en la siguiente contracción... y así lo hice, en la siguiente contracción sentí la cabeza de Alan salir completamente. Un poco más y estaba fuera por completo. Escuché a Marta decir algo de cortar el cordón, yo seguía de espaldas y le grité que no lo hiciera. Alan no lloraba ni respiraba aún y Marta le dio unos segundos más, le frotaba el cuerpo con toallas mientras me decía a mí que tal vez había que cortar el cordón ya... yo le gritaba a Alan que llorara y por fin lo hizo, un llanto suave entrecortado con tos... me di cuenta en ese momento de que había entrado un pediatra en la habitación, pero fue tan sumamente discreto que se colocó en el extremo opuesto a donde estábamos nosotros, callado y esperando. Una vez que Alan lloró, Marta le preguntó si quería revisarlo y él dijo que no hacía falta y se fue. Yo le pedía que me diera a mi niño, me dijo que me diera la vuelta, giré como pude pues tenía el cordón entre las piernas y la placenta aún dentro. Me tumbé boca arriba y me puso a Alan sobre el pecho. Nos taparon con toallas. Marta nos hizo una foto a los tres juntos. Yo no podía creer que lo habíamos logrado, tenía a mi hijo recién nacido donde tenía que estar, sobre mi. Sentir su olor, su calor, su suavidad, verlo cubierto de vérmix, aún unidos por el cordón fue tan sanador para mi. Cuando el cordón dejó de latir Marta le preguntó a Leo si quería cortar él el cordón y Paula, una auxilar presente, le hizo fotos mientras lo cortaba. Unos minutos más tarde alumbré la placenta. Marta nos la enseñó, pudimos verla y tocarla. Me había desgarrado un poco, Marta comprobó que dejaba de sangrar y no me cosió, no necesité ni un punto.
Al poco de nacer Alan pregunté si Valeria podría venir a conocerlo y nos dijeron que sí, así que Leo llamó a Patri y al cabo de unos minutos entró en el paritorio con Valeria en brazos. Valeria entró sonriente diciéndonos a todos lo pequeñito que era su hermano y le dio un beso. No hay palabras que puedan describir la sensación de estar con mis dos hijos cuando el más pequeño no tenía aún ni una hora de vida. Alan estuvo sobre mí cerca de tres horas sin que nadie lo tocara.
Al cabo de ese tiempo me pidieron permiso para pesarlo (2.900 grs) y me preguntaron si le queríamos poner la vitamina K y la pomada oftálmica. Cuando dije que sí se lo pusieron. Alan no llegó a mamar en el paritorio e hizo una hipoglucemia así que me dijeron que había que darle un suplemento ya. Me dio mucha pena, pero fue todo muy respetuoso, se lo di yo misma mediante dedo-jeringa. Después de eso, nos llevaron a la habitación.
Los días siguientes fueron complicados porque a Alan le costaba mucho mamar, no se despertaba, me mordía en cada toma y me salieron grietas. Además hizo una hipoglucemia más y le pinchaban antes de cada toma en el talón para controlar hasta que comprobaron que se resolvió el asunto. Gracias a la ayuda recibida, tanto por personal del hospital como por amigas y asesoras, en unos días Alan mamaba bien. Tiene 21 días mientras escribo este relato y pesa casi 3.500 grs logrados con lactancia materna exclusiva.
Alan llegó a nuestras vidas y sanó nuestras heridas de una manera que pensé que no podría ser. El nacimiento de Valeria tenía por fin un sentido: abrió la puerta que permitió que su hermano tuviera el nacimiento que tuvo.
Gracias a todos los familiares y amigos que nos acompañaron presencialmente y a distancia durante todo el embarazo y sobre todos los difíciles días que pasamos en Torrejón.
Gracias a todas mis compañeras doulas, especialmente a María, que estuvo siempre presente.
A toda la gente de El Parto es Nuestro, por apoyarnos, ayudarnos, ofrecerse para todo lo que hemos necesitado, por darnos la información y la fuerza para lograr nuestro sueño.
A Cristina y su familia, por las visitas, el ánimo, la fuerza y la compañía.
A Josune, por estar todo el tiempo.
A Ali y a Patri. Mis doulas. Mis amigas.
A todo el personal del Hospital de Torrejón, desde camareros a ginecólogos, pasando por auxiliares, enfermeras, celadores y matronas, especialmente a Elena Rivilla porque sin su dedicación y sus ganas, nada de esto habría sido posible.
Gracias a Marta Galve, mi matrona. Por confiar en mi más que yo misma. Por ser matrona, pero también doula. Por tener la palabra y el gesto precisos en cada momento. Por recibir a mi hijo con tantísimo amor.
A Eva Parra, la neonatóloga que atendió a mi hijo, por su amabilidad y sus palabras tranquilizadoras, por su voluntad y sus ganas.
Gracias a Eloísa y Arancha, por acompañarme y aconsejarme los difíciles primeros días con la lactancia. Sin ellas probablemente me hubiera rendido ya.
Gracias a Leo, mi compañero, por unirse sin dudar a mí en este camino. Por ser consciente de lo importante que es tener un parto y un nacimiento respetados. Por luchar a mi lado. Por hacer suyo también este sueño. Por haberme ayudado y reconfortado en cada paso de este difícil camino. Por “doulearme” durante embarazo, parto, lactancia y crianza, no hay doula mejor que él.
Gracias a Valeria, mi hija, mi maestra. Por abrirme los ojos. Por su paciencia y compresión. Por todo el amor. Porque no paro de aprender a su lado.
Gracias a Alan, mi hijo. Por decidirse a venir y por aguantar tantísimo. Por la hermosa experiencia que nos regaló. Por sanar nuestras heridas y enseñarme a tener paciencia.
Gracias, gracias, gracias...